29 de junio de 2013

La lista de Schindler (1993)




Blanco y negro · Duración: 195’ aprox. · Año: 1993 · Calif.: No recomendada para menores de 13 años · EUA · Drama / Bélico
-   Director: Steven Spielberg
-   Intérpretes: Liam Neeson, Ben Kingsley, Ralph Fiennes
- Premios: 7 Oscars: Mejor Película, Director, Guión, Montaje, Música, Dirección Artística y Fotografía. 3 Globos de Oro: Mejor Película Drama, Director y Guión. 7 BAFTA incluyendo Mejor Película y Director.
- Sinopsis: Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Oskar Schindler (Liam Neeson), un hombre de enorme astucia y talento para las relaciones públicas, organiza un ambicioso plan para ganarse la simpatía de los nazis. Después de la invasión de Polonia por los alemanes (1939), consigue, gracias a sus relaciones con los nazis, la propiedad de una fábrica de Cracovia. Allí emplea a cientos de operarios judíos, cuya explotación le hace prosperar rápidamente. Su gerente (Ben Kingsley), también judío, es el verdadero director en la sombra, pues Schindler carece completamente de conocimientos para dirigir una empresa.

-   Crítica: Siendo un dramón de película y versando sobre una temática tan miserable como el exterminio judío a manos de los nazis, Spielberg no es capaz de alcanzar los matices emotivos que un film así exigía. No sé si deliberadamente o no –estoy convencido que sí–, pero se queda en la superficie. No ahonda en subtramas emocionales que permitan al espectador identificarse en exceso con ninguno de los personajes y compartir con él sus angustias y sus penas, mostrándose en la mayor parte del film distante, casi como si de un documentalista se tratase. La trama sigue su curso sin sobresaltos. No cae en la personificación del drama, lo trata como un todo.
Posiblemente esto se deba a que, creyendo que la historia y la cantidad de imágenes atroces sobre las barbaridades cometidas por los nazis ya fuesen suficiente carga emocional para el espectador, no quisiera sobresaturarle con más miserias y tristezas. O quizá fuese tan solo que ahí marcó su límite. No hay que olvidar que Spielberg es judío y que, como otros tantos directores de misma confesión por los que pasó previamente el proyecto –como Billy Wilder, Stanley Kubrick o Roman Polanski–, sintió gran responsabilidad y pesadumbre al llevar a cabo la adaptación al cine del libro El arca de Schindler de Thomas Keneally.
De todos modos, desde mi punto de vista, es ahí donde pierde la gran oportunidad de crear el drama redondo, al abstenerse de buscar el sentimentalismo. Al fin y al cabo, todo espectador sabe lo que se expone a ver antes de empezar la película, por lo que la predisposición y tolerancia al drama del mismo es alta. Spielberg no ofrece toda la capacidad melodramática de la que es capaz y que el espectador espera, por lo que queda una sensación de aspereza tras su visionado, de falta de alma.
Spielberg opta por rodar íntegramente el film, a excepción de un par de escenas, en blanco y negro, en una clara intención de aportar realismo a la trama, al igual que el uso de la cámara al hombro en algunas escenas, con la que trata de evocar al máximo las imágenes que todos tenemos grabadas en nuestra mente sobre el Holocausto nazi. Esa es la visión que guarda Spielberg en su memoria sobre los hechos y esa es la imagen que trata de plasmar en su película, por ello tiene ciertos tintes documentalistas.
Bien distinto hubiera sido si Polanski la hubiera rodado. Él, nacido en París en 1933 y cuyos padres se trasladaron a vivir a Cracovia poco antes del inicio de la guerra pensando que allí estarían más seguros –muy sagaces ellos–, sobrevivió a la matanza del gueto de Cracovia y después, tras vivir como un mendigo en la calle, logró escapar de los nazis haciéndose pasar por hijo católico en familias de acogida mientras su madre encontraba la muerte en Auschwitz junto con otros de sus familiares y su padre lograba sobrevivir en Mathausen. Si Polanski hubiera encontrado el valor en el momento para rodarla, de buen seguro que la hubiera teñido del vivo color de sus recuerdos. No obstante, no fue hasta nueve años después, con El pianista (2002), que logró hacer frente a su infancia y plantar cara a tan duro episodio de su vida.
Volviendo al film que nos atañe, no podemos acabar la crítica sin reseñar la preciosa banda sonora de uno de los más absolutos genios en este arte, John Williams, que logró con esta obra su quinto y último Oscar tras los éxitos cosechados con El violinista en el tejado (1971), Tiburón (1975), La Guerra de las Galaxias (1977) y E. T.: El extraterrestre (1982). Con 48 nominaciones a los Oscars es la segunda persona que más veces ha optado a este galardón tras las 59 del todopoderoso Walt Disney.
En fin, una película efectista, técnicamente impecable, con un guión por momentos algo inconexo que se alarga por más de 3 horas, pero eso sí, con 7 Oscars –la mayor parte de ellos técnicos y ninguno de interpretación–, en lo que parece un auto-homenaje del lobby judío hollywoodiense.


 -   Tráiler:


-   Puntuación Pinículas y Flins:
Buena

26 de junio de 2013

12 hombres sin piedad (1957)



Blanco y negro · Duración: 95’ aprox. · Año: 1957 · Calif.: Apta para todos los públicos · EUA · Drama
-   Director: Sidney Lumet
-   Intérpretes: Henry Fonda, Lee. J. Cobb, E.G. Marshall, Jack Warden
-   Premios: 3 nominaciones al Oscar: Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guión Adaptado. 4 nominaciones a los Globos de Oro: Mejor Película Drama, Mejor Director, Mejor Actor y Mejor Actor Secundario. Oso de Oro en el Festival de Berlín. BAFTA al Mejor Actor Extranjero (Henry Fonda)
-   Sinopsis: En un juicio, y tras escuchar todas las pruebas y testimonios, un jurado popular compuesto por una docena de personas tiene que decidir, por unanimidad, si absuelve o condena a muerte a un acusado. La vida de un hombre está en juego, en manos de 12 personas que también tienen su historia. En un principio once de ellos se inclinan por la condena, pero uno discrepa...
-   Crítica: Doce hombres sin piedad es el teatro hecho cine. Es la máxima expresión del guión. Es el escenario perfecto para un actor. En definitiva, es la película que todo director novel debería visionar antes de dedicarse al séptimo arte.
Este film versa sobre la toma de decisión de un jurado popular compuesto por 12 hombres que, encerrados en una sala, deben acordar por unanimidad si un joven acusado por el asesinato de su padre al que todas las pruebas incriminan es culpable o no culpable. Enviarlo a la silla eléctrica se encuentra en juego.
Inicialmente, todo parece que va a dirimirse rápidamente en una primera votación al ser las pruebas claramente inculpatorias, pero uno de los integrantes del jurado –interpretado por Henry Fonda– no se encuentra convencido de tomar la decisión sin antes discutirla con el resto. Es entonces cuando, desde su absoluta posición de soledad y ante el rechazo frontal de los otros miembros del jurado, comienza a desgranar las pruebas inculpatorias surgiéndole poco a poco dudas razonables acerca de la evidencia de las mismas que le hacen no poder declarar culpable al muchacho a ciencia cierta.
Comienzan entonces a presentarse las verdaderas personalidades del resto de miembros del jurado, sus pensamientos, sus inseguridades, sus prejuicios. Todo siguiendo el excelente guión de Reginald Rose, que junto con una gran labor de montaje, hacen que la trama resulte en todo momento cautivadora y entretenida pese a rodarse íntegramente la película (a excepción del prólogo y el epílogo, que no suponen juntos más de 5 minutos del metraje) en una habitación cerrada.
Es con eso con lo que juega magistralmente Sidney Lumet, generando con su cámara una atmósfera claustrofóbica y de verdadera asfixia en la que el espectador espera permanentemente que ocurra algo inesperado según incrementa la tensión. Y todo ello, siendo esta su ópera prima. Una película realmente reseñable.










-   Tráiler:
 

-   Puntuación Pinículas y Flins:
Buena

24 de junio de 2013

Con la muerte en los talones (1959)



Color · Duración: 136' aprox. · Año: 1959 · Calif.: No recomendada para menores de 13 años · EUA · Thriller
-   Director: Alfred Hitchcock
- Intérpretes: Cary Grant, Eva Marie Saint, James Mason, Jessie Royce Landis, Leo G. Carroll, Martin Landau
- Premios: Nominada a 3 Oscars: Mejor Guión, Mejor Montaje y Mejor Dirección Artística
- Sinopsis: Un ejecutivo publicista, de vida aparentemente normal, es confundido en su hotel por un espía. A partir de aquí recorrerá los Estados Unidos de punta a punta intentando demostrar su verdadera identidad y desenmascarando la red de espionaje. Nuestro protagonista vivirá diariamente una constante tensión, acechándole la muerte.
- Crítica: Nos adentramos con esta película en la filmografía de uno de los genios más grandes que ha aportado la historia del celuloide, Alfred Hitchcock. Y nada menos que con la considerada como una de sus mejores películas.
En Con la muerte en los talones disfrutamos de un Hitchcock en pleno apogeo, con 50 películas a sus espaldas y con su gran éxito Vértigo (1958) muy reciente. A continuación, y de forma consecutiva, vendrían sus otros dos grandes títulos Psicosis (1960) y Los pájaros (1963). Evidentemente, se encontraba en su mejor momento creativo y así queda reflejado en la pantalla.
Se trata de una película que nos muestra una dirección madura, que controla todos los aspectos del film y que, como no podía ser de otra manera tratándose del genio que fue, resulta anticipada a su tiempo. El ritmo de la película es frenético para la época, mucho más cercano al ritmo argumental desarrollado en las películas actuales. No existen escenas baldías, todas aportan algo a la trama o a la definición de los caracteres de los personajes y se suceden de forma ordenada y armoniosa. Ese es su gran logro, no permitir al espectador la oportunidad de aburrirse durante el visionado, y tiene su culmen en la elipsis final con la que cierra la película, que lejos de resultar precipitada, es toda una lección de cómo dejar un final en lo alto.
Hitchcock nos muestra en este film, si cabe, su faceta más humorística, creando situaciones disparatadas que no le importa entremezclar con las de mayor suspense, jugando con el espectador a su antojo con la serenidad que le da el saberse un grande del cine.
A ello colabora su siempre fiel Cary Grant, actor fetiche de Hitchcock, que aborda dichas escenas con toda la vis cómica que su fachada de galán empedernido le permite. La verdad que la clase y elegancia que arroja Cary Grant en cada uno de sus movimientos –que logra mantener su traje impoluto aún revolcándose por un secarral polvoriento– es tan abrumadora que, al verle, no podemos dejar de sentir cierta añoranza de aquella clase de actores que el cine ha ido perdiendo con el paso de los años en busca de otras fórmulas que permiten al público identificase más con lo que ve en pantalla, pero dejando atrás ese aura de perfección elitista e inalcanzable que transmitía. Muestra de ello, son las damas que acompañaban a los citados galanes. En esta ocasión, Eva Marie Saint, la ‘chica Hitchcock’ del momento. Juntos, en esta amalgama de acción y seducción que Hitchcock prepara, sientan las bases de lo que aún hoy en día, y durante los últimos 50 años, han bebido las películas del gran 007.
El reto de Hitchcock en esta película es trasladar las secuencias de acción e intriga de la intimidad de los espacios cerrados mostrados en La ventana indiscreta (1954) o Vértigo (1958) a campo abierto, donde no se encontraba tan cómodo. Ahí quedan, como muestra del ineludible logro, grandes escenas para la historia del cine como la persecución de la avioneta por los campos de cultivo a Cary Grant o la escena final en el Monte Rushmore, donde tuvieron que estudiar cada uno de los planos para que en ningún momento se asociaran las caras de los presidentes con la violencia de la escena.

Y es que, siendo el buen Alfred un hombre honestamente orondo, no deja de resultar sorprendente la cintura que tenía para regatear a la férrea censura de Hollywood de la época, llena de piadosos meapilas y hombres de moral íntegra e impoluta que no toleraban ni el más mínimo atisbo de inmoralidad en las pantallas que pudiera difundir a la población cualquier mensaje de rebeldía que no les permitiera mantenerla controlada. Es aquí donde el buen Alfred, al más puro estilo Da Vinci, colaba goles por la escuadra. Mientras los censores se obcecaban en adecentar frases subidas de tono como la de Eva Marie Saint cuando pronuncia “nunca discuto de amor con el estómago vacío” –en la que realmente puede leerse en sus labios decir “nunca hago el amor con el estómago vacío” y que fue posteriormente doblada–, Hitchcock jugaba con la idea de una velada tendencia homosexual del personaje de Martin Landau, que demuestra cierto odio a Eva Kent como consecuencia del amor secreto profesado a su jefe, o con el plano final de la película (el tren penetrando en un túnel), una evidente metáfora sexual reconocida por el director de la que los censores nunca se percataron.

-   Tráiler

Puntuación Pinículas y flins
 
Piniculón