5 de marzo de 2015

2001: Odisea del espacio (1968)



Color · Duración: 139’ aprox. · Año: 1968 · Calif.: Para todos los públicos · Reino Unido/EE.UU. · Ciencia ficción
-   Director: Stanley Kubrick
- Intérpretes:  Keir Dullea, Gary Lockwood, William Sylvester, Daniel Richter, Leonard Rossiter, Margaret Tyzack, Robert Beatty, Sean Sullivan, Frank Miller, Penny Brahms, Alan Gilfford, Vivian Kubrick
- Premios: Oscar a los Mejores Efectos Visuales (4 nominaciones). 3 BAFTA: Mejor Fotografía, Mejor Sonido y Mejor Diseño de Producción (5 nominaciones).
-  Sinopsis: La película de ciencia-ficción por excelencia de la historia del cine narra los diversos periodos de la historia de la humanidad, no solo del pasado, sino también del futuro. Hace millones de años, antes de la aparición del “homo sapiens”, unos primates descubren un monolito que los conduce a un estadio de inteligencia superior. Millones de años después, otro monolito, enterrado en una luna, despierta el interés de los científicos. Por último, durante una misión de la NASA, HAL 9000, una máquina dotada de inteligencia artificial, se encarga de controlar todos los sistemas de una nave espacial tripulada.
-   Crítica: Resulta extraño catalogar de “clásico” del cine una película tan vanguardista como esta, pero sin duda estamos ante un elemento histórico del séptimo arte que cabe subrayar. Un film grabado hace ya casi 50 años que sigue resultando sorprendentemente futurista a día de hoy. Una película avanzada a su tiempo e incluso al nuestro. Uno de los referentes de la historia del cine que sería inconcebible que fuese rodado en la actualidad. ¿Cuántas grandes historias nos estaremos perdiendo hoy en día por la implacable agonía de las grandes productoras por conseguir hitos comerciales que agraden al público desde la primera escena?
El cine ha perdido aquel precepto primigenio de experiencia audiovisual con el que nació para declinar paulatinamente en un simple entretenimiento pasajero que queda fácilmente en el olvido. Pero 2001: Una odisea en el espacio es todo lo contrario. Es una película que, para bien o para mal, no se olvida. Una experiencia audiovisual con todas las letras que Kubrick llena de plásticas fotografías en movimiento por las que navegar de forma contemplativa y relajada olvidándose de las prisas y el tiempo.
Y es que Kubrick trabaja como nunca antes esos conceptos. No hay prisa alguna por explicar nada, todo es espacio, todo es tiempo, todo es silencio. Capaz de poner la primera frase de guión a los 25 minutos de película o de empezar el metraje con unos desesperantes tres minutos de pantalla negra (siete minutos en el montaje original) tan solo acompañados por una música sensorial que te hace pensar lo peor sobre el devenir de tu televisor. Pero no, nada se ha roto. Solo es una advertencia de que lo que vas a presenciar es algo diferente. Que vas a tener que extremar tu paciencia y disminuir tus biorritmos hasta sincronizarlos con los de la película si es que tienes intención de disfrutarla. De otra forma, la experiencia no será posible, porque lo que nos ofrece no deja de ser cine experimental y hay que tener claro que, con quiénes experimenta, es con nosotros.
A buen seguro que, antes de ver la cinta, te inunden referencias e imágenes de la misma que has ido incorporando a lo largo de tu vida –a veces, incluso, sin siquiera saber que de aquí procedían–, pero también estoy convencido que difícilmente habías llegado a saber a ciencia cierta cuál era su argumento. Qué era lo que la hacía grande. El riesgo es que, una vez vista la película, continúes sin saberlo. Y es que, afrontarla sin ningún tipo de salvaguarda y con las altas expectativas avaladas por su histórico reconocimiento, puede convertirla en la mayor bazofia jamás vista. Una película carente de sentido, sin ritmo, sin trama, sin diálogo, aburrida, surrealista y tan paranoica que solo parece ofrecer minutaje colorista y psicodélico. Y lo peor de todo es que también estarías en lo cierto. O tratas de buscarle la esencia trasladándote a un plano diferente en el que valorar aquello que ofrece o resulta insufrible de ver sin haber hecho ese ejercicio previo.
En fin, una vez alertados de esto, podemos entrar en el argumento, significado y simbología de la misma. El film da inicio con un largo fragmento titulado El amanecer del hombre en el que se nos muestra el origen del ser humano y cómo este, desde su forma más primaria, resulta receloso de sus semejantes y agresivo con ellos para proteger aquello que considera suyo. En un paraje donde se impone la ley del más fuerte, todo se ve truncado el día que aparece un monolito negro perfectamente tallado y de origen claramente superior, con el que se da a entender que los primates, tras entrar en contacto con él, adquieren ciertas habilidades que desatan su desarrollo inteligente y originan el ascenso de su especie sobre las demás. Plasmado todo ello con la archiconocida escena en la que un primate, jugando con unos huesos al son de Así habló Zarathustra de Richard Strauss, descubre el poder que le otorga el uso de los mismos como herramienta para dominar el mundo a su alrededor.
Una vez logrado, exultante, lanza el hueso al aire, produciéndose la elipsis más larga de la historia del cine, en la que el hueso que asciende en el aire pasa a convertirse, 4 millones de años más tarde, en un maravilloso ingenio creado por la misma especie que surca el espacio exterior.
Con ello da inicio el segundo fragmento del film: TMA-1 (Anomalía Magnética de Tycho nº1), en el que de inicio se nos muestra, en una perfecta coreografía espacial harmonizada por la música de Johann Strauss y su Danubio Azul, como el hombre ha colonizado su espacio más cercano y los viajes a la Luna han pasado a ser algo cotidiano.
La clarividencia de Kubrick en este ámbito es excepcional, da rienda suelta a su imaginación, mostrándonos cosas tan avanzadas a su tiempo, y tan normales hoy en día, como la existencia de una estación espacial internacional, televisores adosados a la parte de atrás de los asientos de un avión para entretenernos con películas, el uso de videoconferencias para comunicarnos o incluso tablets de pantalla ultraplana con las que ver las noticias. Y es que estamos hablando de una de las películas de ciencia ficción con mayor rigor científico jamás rodadas, cuidando detalles como la ausencia de sonido en el espacio al no existir atmósfera o la creación de gravedad en el interior de las naves mediante la fuerza centrífuga generada por la rotación de las mismas sobre su eje. Y todo ello, no cabe olvidarlo, un año antes de la llegada del hombre a la Luna. Su clarividencia es absolutamente excepcional.
Volviendo al argumento, en este segundo fragmento, un equipo de investigadores viaja al cráter Tycho de la Luna tras haberse hallado enterrado en él un extraño elemento que emite un extenso campo magnético a su alrededor y que, según dicen, da muestra evidente de la existencia de vida inteligente extraterrestre. La verosimilitud con la que son rodadas las imágenes del alunizaje no hacen extrañar que, aún hoy, haya quien asegure que no solo fue un montaje la llegada del hombre a la Luna, si no que fue el mismo Kubrick en persona quien rodó a Neil Armstrong y Buzz Aldrin en un plató de cine que recreaba dicho escenario.
Pero dejando de lado teorías conspiranoicas, cuando nuestros investigadores avanzan por la Luna camino del citado descubrimiento, un ambiente genuinamente angustioso y asfixiante nos envuelve promovido por la misma música desquiciante que nos mostraba al grupo de primates en las primeras escenas de la película, siendo el devenir de este nuevo grupo el mismo: el descubrimiento de un segundo monolito negro postrado, esta vez, en la superficie lunar. Este, desenterrado por primera vez en millones de años, al ser tocado por el primer rayo de sol, emite una potente señal acústica hacía otro punto del Sistema Solar, dando aviso a sus escultores que el ser humano ya ha evolucionado lo suficiente como para alcanzar este nuevo objetivo.
Acto seguido, comienza la tercera y principal secuencia del film: Misión a Júpiter, en la que una nave con cinco tripulantes, tres de ellos en hibernación y dos despiertos, junto con el supercomputador de última generación HAL 9000, que gobierna toda la nave, viajan a Júpiter con motivo de realizar una expedición. El único al que se le ha confiado el motivo auténtico de dicho viaje, que no es otro que el de tratar de contactar con esa entidad superior que colocó el monolito en la Luna y cuya emisión sonora apuntaba justo hacia ese punto de la Galaxia al que se dirigen, es HAL, un ordenador dotado de inteligencia artificial que toma sus propias decisiones y que parece incluso poder llegar a expresar sentimientos. Por el contrario, los humanos se nos muestran casi incapaces, ya no de expresarlos, si no parece que también de sentirlos, habiéndose vuelto unos seres totalmente fríos, solitarios y distantes para con sus semejantes.
HAL también parece haber adquirido de sus creadores humanos ese punto soberbio y orgulloso, con el que se vanagloria, consciente de su propia perfección, de ser un modelo sin fallos. Su único objetivo es cumplir su misión, y cuando la ve peligrar por culpa de la imperfección humana, que trama desconectarle una vez empieza a desconfiar de él, trata de defenderse poniendo fin a la vida de los ocupantes de la nave.
Kubrick, con la simplicidad extrema de un punto rojo inerte tras una cámara, nos muestra a HAL como una entidad siniestramente amenazante, artificial y con total falta de empatía, que parece capaz de todo pese a su notoria incapacidad para articular movimiento. Apoyado en los inquietantes silencios del espacio, la respiración claustrofóbica de los astronautas en sus cascos y la aparente serenidad que envuelve toda la escena, el director consigue que el peligro sea palpable y de lo más perturbador. Pese a los engaños de HAL, el único astronauta superviviente, Bowman, consigue volver a entrar en la nave para desactivar sus funciones cerebrales superiores. Es entonces cuando HAL, tomando consciencia de su inevitable fin e invadido de un potente temor, suplica a Bowman su perdón, volviéndose aún más humano. Resulta paradójico como, con la evolución, es la herramienta ahora la que ha pasado a utilizar al simio.
Desconectado HAL, comienza a reproducirse un vídeo explicativo que revela los auténticos motivos de la misión, dando inicio con ello al cuarto y último fragmento del film: Júpiter y más allá del infinito. Bowman, atónito tras la revelación, se decide a alcanzar el propósito del viaje, localizando un tercer monolito flotando en el espacio junto a las lunas de Júpiter que pareciera estar esperándole. Pero cuando se acerca a inspeccionarlo con una de las naves esféricas (si os resultan extrañamente familiares es porque fueron copiadas –u homenajeadas– años después por Akira Toriyama en Dragon Ball), se abre un insondable abismo delante de él a través del cual inicia un abrumador viaje espaciotemporal cruzando el universo. Para el espectador comienzan a sucederse una suerte de estampas psicodélicas y paisajes formados por extrañas formas y colores que, acompañados de músicas eclécticas, bien parecen ser alucinaciones provocadas por el LSD tan característico de la época. Este “viaje” se prolonga durante más de 10 minutos en los que la sensación que nos invade es la de estar mirando fijamente un salvapantallas de Windows.
Pero nada es infinito en esta vida y el viaje acaba de la forma más repentina ubicándonos abruptamente en un sitio aún más desconcertante; aunque esta vez no por extraño, sino por familiar. Se trata de un inhóspito salón diseñado siguiendo claramente parámetros humanos, pero con el desacierto propio de una copia, en el que se escuchan sonidos amortiguados de fondo, como si de un enorme sótano se tratase. La sala no es otra cosa que una especie de observatorio en el que retener al humano llevado hasta allí y que, cual zoológico, trata de reproducir con mayor o menor acierto su hábitat original para tratar de confortarle.
Bowman, desconcertado, abandona la cápsula y deambula por la sala, viéndose envejecer en solitario en rápidos saltos temporales hasta la muerte, pero sin entrar en ningún momento en contacto con las supuestas entidades extraterrestres. Es en ese preciso momento cuando, postrado en la cama, aparece a sus pies el cuarto monolito, totalmente inerte como los anteriores, pero que transforma el cuerpo del astronauta en un fantasmagórico embrión protegido por una esfera, naciendo de esta forma el primer individuo de una nueva especie evolucionada a partir del hombre, el Niño de las Estrellas.
Y sonando de nuevo los acordes de Así habló Zarathustra, se pone fin a esta historia con la mítica escena en la que el niño, volviendo a su lugar de origen, observa la Tierra desde el espacio, para acabar clavando su mirada en el espectador.
-   Tráiler:

-   Puntuación Pinículas y Flins:
Piniculón