5 de marzo de 2015

2001: Odisea del espacio (1968)



Color · Duración: 139’ aprox. · Año: 1968 · Calif.: Para todos los públicos · Reino Unido/EE.UU. · Ciencia ficción
-   Director: Stanley Kubrick
- Intérpretes:  Keir Dullea, Gary Lockwood, William Sylvester, Daniel Richter, Leonard Rossiter, Margaret Tyzack, Robert Beatty, Sean Sullivan, Frank Miller, Penny Brahms, Alan Gilfford, Vivian Kubrick
- Premios: Oscar a los Mejores Efectos Visuales (4 nominaciones). 3 BAFTA: Mejor Fotografía, Mejor Sonido y Mejor Diseño de Producción (5 nominaciones).
-  Sinopsis: La película de ciencia-ficción por excelencia de la historia del cine narra los diversos periodos de la historia de la humanidad, no solo del pasado, sino también del futuro. Hace millones de años, antes de la aparición del “homo sapiens”, unos primates descubren un monolito que los conduce a un estadio de inteligencia superior. Millones de años después, otro monolito, enterrado en una luna, despierta el interés de los científicos. Por último, durante una misión de la NASA, HAL 9000, una máquina dotada de inteligencia artificial, se encarga de controlar todos los sistemas de una nave espacial tripulada.
-   Crítica: Resulta extraño catalogar de “clásico” del cine una película tan vanguardista como esta, pero sin duda estamos ante un elemento histórico del séptimo arte que cabe subrayar. Un film grabado hace ya casi 50 años que sigue resultando sorprendentemente futurista a día de hoy. Una película avanzada a su tiempo e incluso al nuestro. Uno de los referentes de la historia del cine que sería inconcebible que fuese rodado en la actualidad. ¿Cuántas grandes historias nos estaremos perdiendo hoy en día por la implacable agonía de las grandes productoras por conseguir hitos comerciales que agraden al público desde la primera escena?
El cine ha perdido aquel precepto primigenio de experiencia audiovisual con el que nació para declinar paulatinamente en un simple entretenimiento pasajero que queda fácilmente en el olvido. Pero 2001: Una odisea en el espacio es todo lo contrario. Es una película que, para bien o para mal, no se olvida. Una experiencia audiovisual con todas las letras que Kubrick llena de plásticas fotografías en movimiento por las que navegar de forma contemplativa y relajada olvidándose de las prisas y el tiempo.
Y es que Kubrick trabaja como nunca antes esos conceptos. No hay prisa alguna por explicar nada, todo es espacio, todo es tiempo, todo es silencio. Capaz de poner la primera frase de guión a los 25 minutos de película o de empezar el metraje con unos desesperantes tres minutos de pantalla negra (siete minutos en el montaje original) tan solo acompañados por una música sensorial que te hace pensar lo peor sobre el devenir de tu televisor. Pero no, nada se ha roto. Solo es una advertencia de que lo que vas a presenciar es algo diferente. Que vas a tener que extremar tu paciencia y disminuir tus biorritmos hasta sincronizarlos con los de la película si es que tienes intención de disfrutarla. De otra forma, la experiencia no será posible, porque lo que nos ofrece no deja de ser cine experimental y hay que tener claro que, con quiénes experimenta, es con nosotros.
A buen seguro que, antes de ver la cinta, te inunden referencias e imágenes de la misma que has ido incorporando a lo largo de tu vida –a veces, incluso, sin siquiera saber que de aquí procedían–, pero también estoy convencido que difícilmente habías llegado a saber a ciencia cierta cuál era su argumento. Qué era lo que la hacía grande. El riesgo es que, una vez vista la película, continúes sin saberlo. Y es que, afrontarla sin ningún tipo de salvaguarda y con las altas expectativas avaladas por su histórico reconocimiento, puede convertirla en la mayor bazofia jamás vista. Una película carente de sentido, sin ritmo, sin trama, sin diálogo, aburrida, surrealista y tan paranoica que solo parece ofrecer minutaje colorista y psicodélico. Y lo peor de todo es que también estarías en lo cierto. O tratas de buscarle la esencia trasladándote a un plano diferente en el que valorar aquello que ofrece o resulta insufrible de ver sin haber hecho ese ejercicio previo.
En fin, una vez alertados de esto, podemos entrar en el argumento, significado y simbología de la misma. El film da inicio con un largo fragmento titulado El amanecer del hombre en el que se nos muestra el origen del ser humano y cómo este, desde su forma más primaria, resulta receloso de sus semejantes y agresivo con ellos para proteger aquello que considera suyo. En un paraje donde se impone la ley del más fuerte, todo se ve truncado el día que aparece un monolito negro perfectamente tallado y de origen claramente superior, con el que se da a entender que los primates, tras entrar en contacto con él, adquieren ciertas habilidades que desatan su desarrollo inteligente y originan el ascenso de su especie sobre las demás. Plasmado todo ello con la archiconocida escena en la que un primate, jugando con unos huesos al son de Así habló Zarathustra de Richard Strauss, descubre el poder que le otorga el uso de los mismos como herramienta para dominar el mundo a su alrededor.
Una vez logrado, exultante, lanza el hueso al aire, produciéndose la elipsis más larga de la historia del cine, en la que el hueso que asciende en el aire pasa a convertirse, 4 millones de años más tarde, en un maravilloso ingenio creado por la misma especie que surca el espacio exterior.
Con ello da inicio el segundo fragmento del film: TMA-1 (Anomalía Magnética de Tycho nº1), en el que de inicio se nos muestra, en una perfecta coreografía espacial harmonizada por la música de Johann Strauss y su Danubio Azul, como el hombre ha colonizado su espacio más cercano y los viajes a la Luna han pasado a ser algo cotidiano.
La clarividencia de Kubrick en este ámbito es excepcional, da rienda suelta a su imaginación, mostrándonos cosas tan avanzadas a su tiempo, y tan normales hoy en día, como la existencia de una estación espacial internacional, televisores adosados a la parte de atrás de los asientos de un avión para entretenernos con películas, el uso de videoconferencias para comunicarnos o incluso tablets de pantalla ultraplana con las que ver las noticias. Y es que estamos hablando de una de las películas de ciencia ficción con mayor rigor científico jamás rodadas, cuidando detalles como la ausencia de sonido en el espacio al no existir atmósfera o la creación de gravedad en el interior de las naves mediante la fuerza centrífuga generada por la rotación de las mismas sobre su eje. Y todo ello, no cabe olvidarlo, un año antes de la llegada del hombre a la Luna. Su clarividencia es absolutamente excepcional.
Volviendo al argumento, en este segundo fragmento, un equipo de investigadores viaja al cráter Tycho de la Luna tras haberse hallado enterrado en él un extraño elemento que emite un extenso campo magnético a su alrededor y que, según dicen, da muestra evidente de la existencia de vida inteligente extraterrestre. La verosimilitud con la que son rodadas las imágenes del alunizaje no hacen extrañar que, aún hoy, haya quien asegure que no solo fue un montaje la llegada del hombre a la Luna, si no que fue el mismo Kubrick en persona quien rodó a Neil Armstrong y Buzz Aldrin en un plató de cine que recreaba dicho escenario.
Pero dejando de lado teorías conspiranoicas, cuando nuestros investigadores avanzan por la Luna camino del citado descubrimiento, un ambiente genuinamente angustioso y asfixiante nos envuelve promovido por la misma música desquiciante que nos mostraba al grupo de primates en las primeras escenas de la película, siendo el devenir de este nuevo grupo el mismo: el descubrimiento de un segundo monolito negro postrado, esta vez, en la superficie lunar. Este, desenterrado por primera vez en millones de años, al ser tocado por el primer rayo de sol, emite una potente señal acústica hacía otro punto del Sistema Solar, dando aviso a sus escultores que el ser humano ya ha evolucionado lo suficiente como para alcanzar este nuevo objetivo.
Acto seguido, comienza la tercera y principal secuencia del film: Misión a Júpiter, en la que una nave con cinco tripulantes, tres de ellos en hibernación y dos despiertos, junto con el supercomputador de última generación HAL 9000, que gobierna toda la nave, viajan a Júpiter con motivo de realizar una expedición. El único al que se le ha confiado el motivo auténtico de dicho viaje, que no es otro que el de tratar de contactar con esa entidad superior que colocó el monolito en la Luna y cuya emisión sonora apuntaba justo hacia ese punto de la Galaxia al que se dirigen, es HAL, un ordenador dotado de inteligencia artificial que toma sus propias decisiones y que parece incluso poder llegar a expresar sentimientos. Por el contrario, los humanos se nos muestran casi incapaces, ya no de expresarlos, si no parece que también de sentirlos, habiéndose vuelto unos seres totalmente fríos, solitarios y distantes para con sus semejantes.
HAL también parece haber adquirido de sus creadores humanos ese punto soberbio y orgulloso, con el que se vanagloria, consciente de su propia perfección, de ser un modelo sin fallos. Su único objetivo es cumplir su misión, y cuando la ve peligrar por culpa de la imperfección humana, que trama desconectarle una vez empieza a desconfiar de él, trata de defenderse poniendo fin a la vida de los ocupantes de la nave.
Kubrick, con la simplicidad extrema de un punto rojo inerte tras una cámara, nos muestra a HAL como una entidad siniestramente amenazante, artificial y con total falta de empatía, que parece capaz de todo pese a su notoria incapacidad para articular movimiento. Apoyado en los inquietantes silencios del espacio, la respiración claustrofóbica de los astronautas en sus cascos y la aparente serenidad que envuelve toda la escena, el director consigue que el peligro sea palpable y de lo más perturbador. Pese a los engaños de HAL, el único astronauta superviviente, Bowman, consigue volver a entrar en la nave para desactivar sus funciones cerebrales superiores. Es entonces cuando HAL, tomando consciencia de su inevitable fin e invadido de un potente temor, suplica a Bowman su perdón, volviéndose aún más humano. Resulta paradójico como, con la evolución, es la herramienta ahora la que ha pasado a utilizar al simio.
Desconectado HAL, comienza a reproducirse un vídeo explicativo que revela los auténticos motivos de la misión, dando inicio con ello al cuarto y último fragmento del film: Júpiter y más allá del infinito. Bowman, atónito tras la revelación, se decide a alcanzar el propósito del viaje, localizando un tercer monolito flotando en el espacio junto a las lunas de Júpiter que pareciera estar esperándole. Pero cuando se acerca a inspeccionarlo con una de las naves esféricas (si os resultan extrañamente familiares es porque fueron copiadas –u homenajeadas– años después por Akira Toriyama en Dragon Ball), se abre un insondable abismo delante de él a través del cual inicia un abrumador viaje espaciotemporal cruzando el universo. Para el espectador comienzan a sucederse una suerte de estampas psicodélicas y paisajes formados por extrañas formas y colores que, acompañados de músicas eclécticas, bien parecen ser alucinaciones provocadas por el LSD tan característico de la época. Este “viaje” se prolonga durante más de 10 minutos en los que la sensación que nos invade es la de estar mirando fijamente un salvapantallas de Windows.
Pero nada es infinito en esta vida y el viaje acaba de la forma más repentina ubicándonos abruptamente en un sitio aún más desconcertante; aunque esta vez no por extraño, sino por familiar. Se trata de un inhóspito salón diseñado siguiendo claramente parámetros humanos, pero con el desacierto propio de una copia, en el que se escuchan sonidos amortiguados de fondo, como si de un enorme sótano se tratase. La sala no es otra cosa que una especie de observatorio en el que retener al humano llevado hasta allí y que, cual zoológico, trata de reproducir con mayor o menor acierto su hábitat original para tratar de confortarle.
Bowman, desconcertado, abandona la cápsula y deambula por la sala, viéndose envejecer en solitario en rápidos saltos temporales hasta la muerte, pero sin entrar en ningún momento en contacto con las supuestas entidades extraterrestres. Es en ese preciso momento cuando, postrado en la cama, aparece a sus pies el cuarto monolito, totalmente inerte como los anteriores, pero que transforma el cuerpo del astronauta en un fantasmagórico embrión protegido por una esfera, naciendo de esta forma el primer individuo de una nueva especie evolucionada a partir del hombre, el Niño de las Estrellas.
Y sonando de nuevo los acordes de Así habló Zarathustra, se pone fin a esta historia con la mítica escena en la que el niño, volviendo a su lugar de origen, observa la Tierra desde el espacio, para acabar clavando su mirada en el espectador.
-   Tráiler:

-   Puntuación Pinículas y Flins:
Piniculón

11 de septiembre de 2014

Lucy (2014)


Color · Duración: 90’ aprox. · Año: 2014 · Calif.: No recomendada para menores de 16 años · Francia/EUA · Acción / Ciencia ficción
-   Director: Luc Besson
-  Intérpretes: Scarlett Johansson, Morgan Freeman, Min-sik Choi, Amr Waked.
-  Sinopsis: Lucy da vida a una mujer corriente que es obligada a ejercer de mula por una mafia taiwanesa. Su vida cambiará por completo cuando la bolsa de droga que lleva en su interior se rompa y el contenido entre en contacto con su cuerpo, confiriéndole increíbles habilidades.
-  Crítica: Sinceramente, hacía tiempo que no salía del cine con tal sensación de desasosiego. ¡Qué película más absurda! Y lo peor es que en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, me ha parecido percibir que el sentir era compartido con la mayor parte de la sala. La frialdad con la que ha salido el público del cine y la estupefacción tras unos más que escasos 90 minutos de duración (y más que suficientes de incompetencia) son para ser grabados y expuestos a su director en modo penitencia por semejante desfachatez.
Y eso que el film parte de una premisa más que válida e interesante para su desarrollo: “Una persona normal utiliza un 10% de su capacidad cerebral. Ella está a punto de alcanzar el 100%”, reza el eslogan del cartel. Dando pie a especular acerca de qué seríamos capaces de realizar si consiguiéramos utilizar el 100% de nuestro intelecto, despertando de su profundo letargo a esa parte del cerebro que no utilizamos y explorando con ello los límites de la naturaleza humana.
Pero ya dicen que el que mucho abarca, poco aprieta. Y el film de Luc Besson trata de pasar por trascendental y filosófico en un marco de película de acción, aderezada a su vez con dosis de mafia taiwanesa, persecuciones en coche y chica guapa con superpoderes. Y todo ello en 90 ridículos minutos que no dan ni para comenzar a desgranar alguno de estos temas. Imaginen pues para dar cabida a todos… La película se queda continuamente a medias, siendo un quiero y no puedo, una concatenación de episodios no desarrollados sin mayor nexo de unión que el transcurrir por pantalla de Scarlett Johansson.
Y es que Scarlett Johansson transcurre por la pantalla, no actúa. Ella se limita a posar delante de la cámara poniendo cara de pánfila bobalicona asustada al inicio (da igual que la engañe el novio, la extorsione una banda mafiosa o le asesten una paliza de muerte, que la cara no varía) y de fría pseudo-robot asesina y sin sentimientos al final. Actuación plana de la tan codiciada nueva tentación rubia, que intenta afianzar su nuevo cariz de dura superheroína cual Milla Jovovich en Resident Evil con tan desafortunado tino que se queda en mera Halle Berry como Catwoman.
Completando el cartel tenemos al incombustible –es un decir, no vayan ahora a arrojarle un bidón de gasolina por encima y lanzarle una cerilla, pedazo de insensatos– Morgan Freeman, que cumple con su habitual papel de secundario entrañable para dar caché a la película aprovechando su inconfundible y autoritaria voz.
Con sus apariciones conseguimos lo mismo que con las de Robert de Niro últimamente: productora feliz, director satisfecho, público encantado, actor algo más rico y otra actuación para el olvido. Todos contentos (o no).
En fin, que tras el devenir atropellado de la película, esta llega a su cénit tras una comunión de despropósitos tales como que Lucy, mientras trata de alcanzar su máximo de capacidad cerebral y tras pasar por una especie de sala remasterizarizada de Matrix, se diluye entre ordenadores y sistemas operativos para regenerarse corpóreamente en una especie de pendrive con el que transmitir a la humanidad todo el conocimiento adquirido. Delirante.
Y lo peor de todo es que, aunque parezca imposible, la película queda sin final aparente. Con un cierre totalmente precipitado. Es como si no hubieran sabido cómo darle un cierre decente a la historia y se la hubieran quitado de encima de cualquier manera con tal de cumplir el expediente. Vaya, como si el perro se hubiera comido las últimas páginas del guión y nadie más tuviera una copia… Lamentable, de verdad.
Y con esto, nuestro buen amigo Luc Besson, director de El quinto elemento (1997), se gana un sonoro Ñordoflín con otro de sus Blockbuster de videoclub.

 -   Tráiler:
 .
 -   Puntuación Pinículas y Flins:
Ñordoflín

11 de agosto de 2013

La vida de Pi (2012)



Color · Duración: 127’ aprox. · Año: 2012 · Calif.: No recomendada para menores de 7 años · EUA · Aventuras / Drama
- Director: Ang Lee
- Intérpretes: Suraj Sharma, Irrfan Khan, Rafe Spall, Tabu, Adril Hussain, Shravanthi Sainath, Ayush Tandon, Vibish Sivakumar, Gérard Depardieu.
- Premios: 4 Oscars: Mejor Director, Mejor Fotografía, Mejor Banda Sonora y Mejores Efectos Visuales (11 nominaciones). Globo de Oro a la Mejor Banda Sonora (3 nominaciones). 2 BAFTA: Mejor Fotografía y Mejores Efectos Visuales (9 nominaciones).
- Sinopsis: Después de un catastrófico naufragio, un niño hindú llamado Pi se encuentra abandonado en un bote salvavidas con feroz tigre de Bengala. Juntos se enfrentarán a la majestuosa grandeza y furia de la madre naturaleza en un épico viaje lleno de aventuras y descubrimientos.
- Crítica: La vida de Pi bien podría resumirse en tres palabras: ilusionante, ilusionista e ilusoria.
Ilusionante, por diferente. Las referencias escuchadas antes de ver la película nos hacen tener la sensación de ir a disfrutar de algo diferente, algo que se aleja de las historias tradicionales representadas en el cine. Todo el mundo que la había visto decía que era muy bonita, pero nadie parecía acertar a explicar claramente de qué iba o, al menos, no reparaba en hacerlo. Lo cual, en la mayoría de las ocasiones, suele ser positivo.
Desde luego no podemos decir que estemos ante una película al uso. Trata sobre el increíble relato de supervivencia de Pi, que explica en primera persona como, siendo un joven adolescente atraído por las religiones –o al menos por su concepto– pero sin lograr decantarse por ninguna, se ve obligado por su familia a dejar la India para emprender con ellos una nueva vida en Canadá, donde pretenden vender el negocio familiar, un zoo, cuyos animales transportan con ellos en barco durante su travesía por el Pacífico. Es entonces cuando una gran tormenta les sorprende haciendo naufragar al barco y dejando a Pi como único superviviente del desastre junto a una cebra, una hiena, un orangután y un tigre de Bengala en un pequeño bote. Unos compañeros de viaje salvajes y complicados, con los que deberá ingeniárselas para no acabar siendo devorado.
Es entonces cuando empieza realmente la película, tras transitar por unos lentos y tediosos primeros 40 minutos por los que Ang Lee divaga peligrosamente sin necesidad aparente. Pero llega la tormenta y, con ella, el espectáculo ilusionista.
Ilusionista, por el derroche de efectos visuales. La recreación de la tormenta bien podría ser la más sobrecogedora y angustiosa jamás vista en el cine. Un espectáculo aterrador que zarandea tanto al barco como al espectador, sacándole del sopor en el que estaba cayendo para sumergirle de pleno en la película tal y como el barco queda sumergido en las profundísimas aguas de la Fosa de las Marianas.
Se pone inicio así a un film preciosista, con escenas de bella factura que narran con una estética cautivadora, mágica y colorista las cada vez más imaginativas vivencias de nuestro desdichado protagonista y su feroz acompañante, a los que las circunstancias han acabado por dejarles solos en alta mar compartiendo el bote.
Es ese espectáculo visual el que cautiva a la mayor parte de los espectadores, quedando ensimismados con la fotografía multicolor, donde el cielo confluye con el océano, donde el océano se torna luz en mitad de la noche, donde la magia parece estar presente a cada momento.
Ilusionismo puro. Conejos en la chistera. Aletargamiento sensorial. He ahí el quid de la cuestión: la maravilla del 3D. Si le quitamos esa magia, esa ilusión, queda demasiado deslucida. Si la dejamos desnuda y al descubierto, sin nada con lo que cubrirse, es entonces cuando, una vez perdido el ilusionismo, solo nos resta la realidad.
Seguro que de haberla visto en 3D estaría también alabando sus maravillas digitales que te llevan visualmente a un plano sensorial superior en el que navegas plácidamente de forma contemplativa a lo largo de la película, como en uno de esos films documentales para IMAX 3D. Pero desafortunadamente la visioné en unas pobres 2 dimensiones, a la antigua usanza, y es entonces cuando se hacen patentes sus carencias argumentales, cuando sus mensajes místicos saturan, cuando resulta ilusoria. 
Ilusoria. El film se reduce entonces a un alegato místico, donde los religiosos pretenderán entender en su final un metafórico mensaje de realidad divina y donde los agnósticos verán una crítica exacerbada a las religiones y sus componentes epopéyicos. Sea como fuere, el desenlace ofrece un inesperado giro argumental que bofetea al iluso espectador despertándole de la ingenuidad a la que ese mundo mágico de luces y colores le había embargado.
Con su misticismo, el film te invita a creer en todo tipo de cosas maravillosas, pero también acaba haciéndote dudar de lo que has visto con tus propios ojos e, incluso, hace que te acabes preguntando si realmente has llegado a ver algo. Y es que, llegado a su final, una vez acabado el cuento, la vida de Pi vuelve a escribirse.

-   Tráiler:

-   Puntuación Pinículas y Flins:
Regulera

7 de agosto de 2013

Mamá (2013)



Color · Duración: 100’ aprox. · Año: 2013 · Calif.: No recomendada para menores de 12 años · Canadá / España · Terror
- Director: Andrés Muschietti
- Intérpretes: Jessica Chastain, Nikolaj Coster-Waldau, Megan Charpentier, Isabelle Nélisse, Daniel Kash, Javier Botet
- Sinopsis: Hace cinco años, el mismo día en que su madre fue asesinada, las pequeñas Victoria y Lilly desaparecieron en el bosque. Buscadas incansablemente por su tío Lucas (Nikolai Coster-Waldau) y su novia Annabel (Jessica Chastain), son encontradas unos años más tarde en una cabaña en medio de la naturaleza, donde han vivido aisladas de toda civilización. Comienzan entonces una nueva vida para las niñas de la mano de Lucas y Annabel, pero éstos pronto descubren que alguien o algo misterioso las sigue arropando por las noches.
- Crítica: Reconozco que el género de terror no es mi favorito en el cine. Es un género ideado para adolescentes sobrehormonados ávidos de experimentar nuevas emociones: ellos deseosos de demostrar lo machotes y valientes que son al no soltar ni un ligero respingo en la butaca, y ellas anhelantes de actuar como incautas damiselas chillonas que tratan de encontrar protección en el fornido brazo del chico que les gusta. Por un u otro motivo, durante la adolescencia disfrutas de este tipo de películas, pero con la madurez, una vez excluido ese componente socio-sexual que le acompaña, o una vez estabilizado el nivel de estrógenos y testosterona, empiezas a darte cuenta que eso de pasarlo mal gratuitamente –o lo que es peor, pagando nada menos que una entrada de cine por ello– no va contigo.
Pese a todo, es en este género donde encontramos la última producción del mexicano Guillermo Del Toro: Mamá. Una película sencillamente del montón… del montón de las malas, para qué nos vamos a andar con rodeos. Toda película de miedo que recurra a los tópicos más tópicos para generar miedo, es mala (a no ser que de mala, se convierta en buena, ya me entendéis… pero no es el caso). Y esta los repasa todos: oscuridad, sonidos estridentes, niñas siniestras, cabañas solitarias en el bosque, monstruos en los armarios, ataques en la cama… No se deja ni uno, oiga. Como si estuviesen de oferta.
Los sustos que puedas llevarte son siempre debidos a apariciones repentinas en pantalla de seres inquietantes acompañadas de sonidos estridentes, donde lo que realmente te sobresalta es el volumen de estos últimos y no la escena en sí. La película busca los sustos donde sabe que los encontrará, situando al espectador allí donde son tangibles sus temores: en la soledad de su casa, atravesando un pasillo en la más absoluta oscuridad, sintiéndose atacado mientras duerme en su cama, abriendo el armario donde sospecha que pueda haber algo extraño… Vamos, lo típico que cualquier descerebrado haría de sentirse acechado en su hogar. Si todo esto ya son trucos bastante burdos para inducir al miedo, que además la mayoría sean totalmente predecibles no le aporta valor que digamos al film.
Desde buen inicio obviamos el pretender dar una cierta lógica racional a los hechos y las actitudes de los protagonistas hacia los mismos. Desde el momento en que unas niñas –que ya eran de por sí siniestras antes de pasar cinco años solas–, se adentran en una cabaña en medio del bosque en la más absoluta oscuridad sin miedo alguno y adoptan como madre a una especie de ente momificado y consumido con cabello largo y ropas vaporosas que vaga por la eternidad buscando a su bebé, ya dejas de mantener cualquier apego con el plano común de realidad en el que se enmarca la trama para dejarte llevar libremente al desvarío que te ofrezcan.
¿Que la chica escucha un fuerte ruido en su casa en medio de la noche?, pues cruza el pasillo sola y a oscuras con total naturalidad. ¿Que las niñas la advierten de no mirar bajo la cama ni dentro del armario porque ahí se esconde el monstruo?, pues ahí va ella a cara descubierta a ver si la matan. Vamos, como si la chica no hubiera visto en su vida una película de miedo y no supiera que esas cosas no se deben hacer.
Por si esto fuera poco, al film le falta originalidad, siendo una mezcolanza de tantas y tantas películas de terror: la madre es una versión crecidita de la niña de The Ring, las niñas corretean sobrenaturalmente a cuatro patas como el niño de Ju-on (La maldición), hasta la casa está inexplicablemente siempre a oscuras al más puro estilo Los Otros.
Incluso el argumento está trilladísimo: una mujer hospedada en un psiquiátrico del s.XIX que da a luz a un hijo y que, huyendo de la policía, pone fin a su vida arrojándose por un acantilado sin saber qué ha sido de su hijo, quedando por ello atrapada en esta dimensión al tratar de buscarlo irrefrenablemente y supliendo su falta con otras niñas que encuentra a las que cuidar. Todo ello conduce a un final más que esperado, que podría haber sido incluso bonito y poético, pero que, en un último intento de dar un susto colectivo inesperado y ofrecer mayor dramatismo al desenlace, queda dilapidado con un último giro en la escena final.
Sinceramente, si quieres ver una película de miedo sin más, esta es una de tantas con las que echaras el rato. Pero si Guillermo del Toro apadrina una película de miedo, debemos exigirle que lo haga de forma más selectiva, con alguna que aporte mayor creatividad o innovación al género y que no se limite a seguir los clichés que ya tiene creados a fin exclusivamente de ahondar sus bolsillos con el público adolescente norteamericano.

-   Tráiler:

-   Puntuación Pinículas y Flins:
Ñordoflín

21 de julio de 2013

La chaqueta metálica (1987)



Color · Duración: 120’ aprox. · Año: 1987 · Calif.: No recomendada para menores de 18 años · Gran Bretaña · Bélico / Drama
- Director: Stanley Kubrick
- Intérpretes: Matthew Modine, Vincent d’Onofrio, R. Lee Ermey, Adam Baldwin, Dorian Harewood, Arliss Howard
- Premios: Nominada al Oscar al Mejor Guión Adaptado y nominada al Globo de Oro al Mejor Actor de Reparto (R. Lee Ermey).
- Sinopsis: Un conjunto soberbio en la brillante saga de Stanley Kubrick sobre la Guerra de Vietnam y el proceso de deshumanización que convierte a las personas en asesinos entrenados. Bufón (Matthew Modine), Pedazo de animal (Adam Baldwin), Patoso (Vincent d’Onofrio), Ébano (Dorian Harewood) y Cowboy (Arliss Howard) son los protagonistas que viven en el infierno de campamento de los Marines, llevado por el violento sargento D.I. (Lee Ermey) donde tendrán que superar un periodo de instrucción brutal. La acción es salvaje, la historia implacable y el diálogo salpicado de humor mordaz. Desde los comienzos del entrenamiento básico hasta la pesadilla vivida en el combate en Hue City, La chaqueta metálica ha sido siempre considerado un gran éxito de dirección cinematográfica.

 -   Crítica: Kubrick nos sumerge con este film en el despiadado y atroz escenario de la Guerra de Vietnam para mostrarnos una vez más su particular visión del ser humano y de lo que este es capaz de hacer tratando de adaptarse a su circunstancial entorno.
Pudiera parecer que, habiéndose estrenado con anterioridad a este film varias y exitosas películas sobre la extraordinariamente manida Guerra de Vietnam –como la excepcional Apocalypse Now (1979) de Francis Ford Coppola–, no resultase necesario, por repetitivo, una nueva vuelta de tuerca sobre dicho tema. No obstante, Kubrick no quería dejar pasar la oportunidad de volver a grabar una película bélica –tras Senderos de Gloria (1957)– con los adelantos que le ofrecían las nuevas tecnologías, en lo que parece, por momentos, una mera excusa para dar rienda suelta a las excelentes aptitudes cinematográficas del genial director, mientras aprovecha la ocasión para plasmar de nuevo su mordaz visión de los conflictos bélicos.
La primera parte de la acción trascurre en el centro de entrenamiento de Parris Island y versa sobre la formación como Marines de un nuevo grupo de jóvenes reclutas recientemente alistados en el ejército. Como bienvenida les espera el Sargento Hartman, un férreo instructor de moral recta e injurioso vocabulario que se convertirá en la peor de sus pesadillas, en lo que sin duda es la creación de uno de los personajes más memorables de la historia del cine. Se trata de un elemento irreverente y faltón de cuya boca consiguen salir todo tipo de blasfemias, calificativos vejatorios y frases insultantes que acaban por resultar genialmente divertidas. 
Este hilo argumental transcurre durante los primeros 45 minutos de film, seccionados en fragmentos que conjugan sublimemente el drama, el suspense y la tragicomedia. Aquí se nos presentan los diferentes sujetos a los que se trata de arrebatar todo atisbo de singularidad convirtiéndolos en máquinas perfectas de guerra sin capacidad de realizar planteamientos morales de aquello que se les ordena.
Entre ellos se encuentra el rebautizado por el sargento como ‘recluta patoso’, que sigue una línea argumental de superación personal y simultáneo desvanecimiento sensitivo-emocional que encuentra su cúspide en la escena final de esta primera parte de la película. Un final digno y definitorio de cada uno de los personajes.
Ciertamente, Kubrick logra, tan solo con el juego exacto de iluminación y música, generar una tensión inmediata en el espectador. Y es que, los tétricos sones de sintetizador compuestos por Vivien, una de las hijas de Kubrick, ponen el alma en vilo y compungen los sentidos alertándonos de lo que está por suceder, mientras que la perturbadora mirada de Vincent d’Onofrio –en un claro homenaje al Nicholson de El resplandor (1980)– se oscurece más si cabe con la certera iluminación de la estancia, generando todo ello en conjunto una brillante escena para el recuerdo. 
Tras este inicial y angustioso desenlace, y sin dar mayor tiempo a asimilación, Kubrick hace saltar la acción a Vietnam cortando drásticamente la tensión con una escena ligera y divertida al son de These boots are made for walking de Nancy Sinatra. Así, se inicia la diferenciada segunda parte de la película, en la que ya nos encontramos en plena zona de guerra –presentada en esta ocasión como combates urbanos alejados de las junglas en las que acostumbran a representarnos las películas a los siempre invisibles Charlies– donde se hallan nuestros reclutas, ahora sobrevenidos expertos militares.
Durante este tramo se nos muestran las inevitables secuelas de cualquier guerra, cuando la moral convencional de todo hombre se disuelve a una velocidad proporcional a los traumas vividos durante la contienda. Así, se nos presentan diferentes personajes de la mano de Bufón, de quien Kubrick aprovecha su particular sorna para darle un toque de frivolidad a todo el entorno bélico.
De este modo, y a través de un personaje dual como él –capaz de llevar inscrito en el casco ‘Born to kill’ y acompañarlo de un símbolo de la paz, o de tener reticencias morales a la hora de castigar a Patoso para acto seguido hacerlo como ningún otro y después arrepentirse–, se muestra la dicotomía de tan absurda guerra. Una guerra mostrada en el film como brutal y cruenta en la batalla, pero frívola y díscola en la retaguardia, donde es retransmitida cual espectáculo al gran público. Con soldados educados para matar y dejarse la vida en el intento, pero que no alcanzan a entender el motivo de su lucha alejados tantos miles de kilómetros de casa. 
Es con este concepto con el que juega Kubrick, a la postre enmarcado en la escena final, en la que los soldados, caminando por un llano repleto de destrucción, cantan alegremente una canción infantil que denota lo que nunca han dejado de ser, unos niños jugando a la guerra, alegres por seguir un día más vivos. Acto seguido, aparecen los títulos de crédito con los Rolling Stones sonando con toda su fuerza y diciendo que han mirado en su interior para ver que su corazón es negro, como el mundo que les rodea.

-   Tráiler:

-   Puntuación Pinículas y Flins:
Piniculón