Blanco y negro · Duración: 195’ aprox. · Año: 1993 · Calif.: No
recomendada para menores de 13 años · EUA · Drama / Bélico
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Director: Steven
Spielberg
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Intérpretes: Liam
Neeson, Ben Kingsley, Ralph Fiennes
- Premios: 7 Oscars:
Mejor Película, Director, Guión, Montaje, Música, Dirección Artística y
Fotografía. 3 Globos de Oro: Mejor Película Drama, Director y Guión. 7 BAFTA
incluyendo Mejor Película y Director.
- Sinopsis: Segunda
Guerra Mundial (1939-1945). Oskar Schindler (Liam Neeson), un hombre de enorme
astucia y talento para las relaciones públicas, organiza un ambicioso plan para
ganarse la simpatía de los nazis. Después de la invasión de Polonia por los
alemanes (1939), consigue, gracias a sus relaciones con los nazis, la propiedad
de una fábrica de Cracovia. Allí emplea a cientos de operarios judíos, cuya
explotación le hace prosperar rápidamente. Su gerente (Ben Kingsley), también
judío, es el verdadero director en la sombra, pues Schindler carece
completamente de conocimientos para dirigir una empresa.
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Crítica: Siendo
un dramón de película y versando sobre una temática tan miserable como el
exterminio judío a manos de los nazis, Spielberg no es capaz de alcanzar los
matices emotivos que un film así exigía. No sé si deliberadamente o no –estoy
convencido que sí–, pero se queda en la superficie. No ahonda en subtramas emocionales
que permitan al espectador identificarse en exceso con ninguno de los
personajes y compartir con él sus angustias y sus penas, mostrándose en la
mayor parte del film distante, casi como si de un documentalista se tratase. La
trama sigue su curso sin sobresaltos. No cae en la personificación del drama, lo
trata como un todo.
Posiblemente esto se deba a que, creyendo que la historia y
la cantidad de imágenes atroces sobre las barbaridades cometidas por los nazis
ya fuesen suficiente carga emocional para el espectador, no quisiera
sobresaturarle con más miserias y tristezas. O quizá fuese tan solo que ahí
marcó su límite. No hay que olvidar que Spielberg es judío y que, como otros
tantos directores de misma confesión por los que pasó previamente el proyecto –como
Billy Wilder, Stanley Kubrick o Roman Polanski–, sintió gran responsabilidad y pesadumbre
al llevar a cabo la adaptación al cine del libro El arca de Schindler de Thomas Keneally.
De todos modos, desde mi punto de vista, es ahí donde pierde
la gran oportunidad de crear el drama redondo, al abstenerse de buscar el
sentimentalismo. Al fin y al cabo, todo espectador sabe lo que se expone a ver antes
de empezar la película, por lo que la predisposición y tolerancia al drama del
mismo es alta. Spielberg no ofrece toda la capacidad melodramática de la que es
capaz y que el espectador espera, por lo que queda una sensación de aspereza
tras su visionado, de falta de alma.
Spielberg opta por rodar íntegramente el film, a excepción de
un par de escenas, en blanco y negro, en una clara intención de aportar
realismo a la trama, al igual que el uso de la cámara al hombro en algunas
escenas, con la que trata de evocar al máximo las imágenes que todos tenemos grabadas
en nuestra mente sobre el Holocausto nazi. Esa es la visión que guarda Spielberg
en su memoria sobre los hechos y esa es la imagen que trata de plasmar en su
película, por ello tiene ciertos tintes documentalistas.
Bien distinto hubiera sido si Polanski la hubiera rodado. Él,
nacido en París en 1933 y cuyos padres se trasladaron a vivir a Cracovia poco
antes del inicio de la guerra pensando que allí estarían más seguros –muy sagaces
ellos–, sobrevivió a la matanza del gueto de Cracovia y después, tras vivir
como un mendigo en la calle, logró escapar de los nazis haciéndose pasar por
hijo católico en familias de acogida mientras su madre encontraba la muerte en Auschwitz
junto con otros de sus familiares y su padre lograba sobrevivir en Mathausen. Si
Polanski hubiera encontrado el valor en el momento para rodarla, de buen seguro
que la hubiera teñido del vivo color de sus recuerdos. No obstante, no fue
hasta nueve años después, con El pianista
(2002), que logró hacer frente a su infancia y plantar cara a tan duro episodio
de su vida.
Volviendo al film que nos atañe, no podemos acabar la crítica
sin reseñar la preciosa banda sonora de uno de los más absolutos genios en este
arte, John Williams, que logró con esta obra su quinto y último Oscar tras los éxitos
cosechados con El violinista en el tejado
(1971), Tiburón (1975), La Guerra de las Galaxias (1977) y E. T.: El extraterrestre (1982). Con 48
nominaciones a los Oscars es la segunda persona que más veces ha optado a este
galardón tras las 59 del todopoderoso Walt Disney.
En fin, una película efectista, técnicamente impecable, con
un guión por momentos algo inconexo que se alarga por más de 3 horas, pero eso sí, con 7 Oscars –la mayor parte
de ellos técnicos y ninguno de interpretación–, en lo que parece un auto-homenaje
del lobby judío hollywoodiense.
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Tráiler:
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Puntuación Pinículas y Flins:
Buena |