24 de junio de 2013

Con la muerte en los talones (1959)



Color · Duración: 136' aprox. · Año: 1959 · Calif.: No recomendada para menores de 13 años · EUA · Thriller
-   Director: Alfred Hitchcock
- Intérpretes: Cary Grant, Eva Marie Saint, James Mason, Jessie Royce Landis, Leo G. Carroll, Martin Landau
- Premios: Nominada a 3 Oscars: Mejor Guión, Mejor Montaje y Mejor Dirección Artística
- Sinopsis: Un ejecutivo publicista, de vida aparentemente normal, es confundido en su hotel por un espía. A partir de aquí recorrerá los Estados Unidos de punta a punta intentando demostrar su verdadera identidad y desenmascarando la red de espionaje. Nuestro protagonista vivirá diariamente una constante tensión, acechándole la muerte.
- Crítica: Nos adentramos con esta película en la filmografía de uno de los genios más grandes que ha aportado la historia del celuloide, Alfred Hitchcock. Y nada menos que con la considerada como una de sus mejores películas.
En Con la muerte en los talones disfrutamos de un Hitchcock en pleno apogeo, con 50 películas a sus espaldas y con su gran éxito Vértigo (1958) muy reciente. A continuación, y de forma consecutiva, vendrían sus otros dos grandes títulos Psicosis (1960) y Los pájaros (1963). Evidentemente, se encontraba en su mejor momento creativo y así queda reflejado en la pantalla.
Se trata de una película que nos muestra una dirección madura, que controla todos los aspectos del film y que, como no podía ser de otra manera tratándose del genio que fue, resulta anticipada a su tiempo. El ritmo de la película es frenético para la época, mucho más cercano al ritmo argumental desarrollado en las películas actuales. No existen escenas baldías, todas aportan algo a la trama o a la definición de los caracteres de los personajes y se suceden de forma ordenada y armoniosa. Ese es su gran logro, no permitir al espectador la oportunidad de aburrirse durante el visionado, y tiene su culmen en la elipsis final con la que cierra la película, que lejos de resultar precipitada, es toda una lección de cómo dejar un final en lo alto.
Hitchcock nos muestra en este film, si cabe, su faceta más humorística, creando situaciones disparatadas que no le importa entremezclar con las de mayor suspense, jugando con el espectador a su antojo con la serenidad que le da el saberse un grande del cine.
A ello colabora su siempre fiel Cary Grant, actor fetiche de Hitchcock, que aborda dichas escenas con toda la vis cómica que su fachada de galán empedernido le permite. La verdad que la clase y elegancia que arroja Cary Grant en cada uno de sus movimientos –que logra mantener su traje impoluto aún revolcándose por un secarral polvoriento– es tan abrumadora que, al verle, no podemos dejar de sentir cierta añoranza de aquella clase de actores que el cine ha ido perdiendo con el paso de los años en busca de otras fórmulas que permiten al público identificase más con lo que ve en pantalla, pero dejando atrás ese aura de perfección elitista e inalcanzable que transmitía. Muestra de ello, son las damas que acompañaban a los citados galanes. En esta ocasión, Eva Marie Saint, la ‘chica Hitchcock’ del momento. Juntos, en esta amalgama de acción y seducción que Hitchcock prepara, sientan las bases de lo que aún hoy en día, y durante los últimos 50 años, han bebido las películas del gran 007.
El reto de Hitchcock en esta película es trasladar las secuencias de acción e intriga de la intimidad de los espacios cerrados mostrados en La ventana indiscreta (1954) o Vértigo (1958) a campo abierto, donde no se encontraba tan cómodo. Ahí quedan, como muestra del ineludible logro, grandes escenas para la historia del cine como la persecución de la avioneta por los campos de cultivo a Cary Grant o la escena final en el Monte Rushmore, donde tuvieron que estudiar cada uno de los planos para que en ningún momento se asociaran las caras de los presidentes con la violencia de la escena.

Y es que, siendo el buen Alfred un hombre honestamente orondo, no deja de resultar sorprendente la cintura que tenía para regatear a la férrea censura de Hollywood de la época, llena de piadosos meapilas y hombres de moral íntegra e impoluta que no toleraban ni el más mínimo atisbo de inmoralidad en las pantallas que pudiera difundir a la población cualquier mensaje de rebeldía que no les permitiera mantenerla controlada. Es aquí donde el buen Alfred, al más puro estilo Da Vinci, colaba goles por la escuadra. Mientras los censores se obcecaban en adecentar frases subidas de tono como la de Eva Marie Saint cuando pronuncia “nunca discuto de amor con el estómago vacío” –en la que realmente puede leerse en sus labios decir “nunca hago el amor con el estómago vacío” y que fue posteriormente doblada–, Hitchcock jugaba con la idea de una velada tendencia homosexual del personaje de Martin Landau, que demuestra cierto odio a Eva Kent como consecuencia del amor secreto profesado a su jefe, o con el plano final de la película (el tren penetrando en un túnel), una evidente metáfora sexual reconocida por el director de la que los censores nunca se percataron.

-   Tráiler

Puntuación Pinículas y flins
 
Piniculón

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