16 de julio de 2013

Toro salvaje (1980)



Blanco y negro · Duración: 129’ aprox. · Año: 1980 · Calif.: No recomendada para menores de 18 años · EUA · Drama / Deportes
-   Director: Martin Scorsese
-  Intérpretes: Robert De Niro, Joe Pescy, Cathy Moriarty, Frank Vincent, Nicholas Colasanto
- Premios: 2 Oscars: Mejor Actor (Robert De Niro) y Mejor Montaje (8 nominaciones). Globo de Oro al Mejor Actor (Robert De Niro) (6 nominaciones).
- Sinopsis: Jake LaMotta, el “Toro del Bronx” es un boxeador a quien sus complejos psicológicos y sexuales le llevan a manifestar su agresividad tanto dentro como fuera del ring. En medio de esta tormenta de fuerza y dureza se encuentra su hermano, que se convierte en una víctima de la fuerte paranoia y los celos de Jake…
- Crítica: Toro salvaje es una película con mucha más historia de la que aparentemente aparece representada en la pantalla. No se trata solo del retrato de un boxeador que escala hasta la gloria para caer precipitadamente al averno, ni de una película más de violencia aderezada con el ambiente mafioso característico de la Nueva York de los años 40, si no que va mucho más allá. En ella se encierra la redención de un director, la voluntad de volver a creer en el cine, el último esfuerzo por hacer algo reseñable. Todo, en la que estuvo a punto de ser... la última película de Martin Scorsese.
Mucho le había cambiado la vida a Scorsese en pocos años. En 1976 lograba asombrar al mundo con la perturbadora Taxi Driver, obteniendo el reconocimiento por parte de la crítica y el prestigio dentro de la industria que le convirtió en ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes. Sin embargo, una vida llevada al límite, llena de fiestas, drogas y malas compañías, le llevó a poner en peligro su carrera e incluso su propia vida. Se vio abocado al divorcio, pasó varios meses en un estado de tensión y agotamiento máximo mientras trabajaba simultáneamente en cuatro producciones, y acabó siendo ingresado en un hospital en septiembre de 1978 con un grave diagnóstico de hemorragia interna al que llevó su adición a la cocaína. Se temió por su vida. Fue entonces cuando llegó a sus manos el guión de Toro salvaje, acompañado de un insistente Robert De Niro que no paró hasta convencer a Scorsese que esa debía ser su próxima película.
Scorsese accedió, convencido que estaba rodando su último film: “Yo puse en ‘Toro salvaje’ todo lo que sabía, todo lo que sentía, y pensé que eso sería el final de mi carrera. Es lo que se llama un film kamikaze: se pone todo dentro, se olvida todo y después se intenta encontrar otra manera de vivir". Así fue como afrontó la película y así es como quedó representada en pantalla. Un todo o nada. Un canto onírico a la autodestrucción. Un intento de poner fin a su “periodo suicida”, como alguna vez lo definió. Y el cine, esa película, que entonces pensó que sería la última, lo debía salvar.
El genial cineasta se sintió inmediatamente identificado con el protagonista del film, el campeón caído Jake LaMotta, poniéndose manos a la obra con un fervor que creía perdido y con la confianza en sí mismo reestablecida gracias al sustancial apoyo de De Niro, que continuamente trataba de estimularle para que diese lo mejor de sí. La conjunción lograda por ambos es maravillosa.
De Niro nos premia con su mejor actuación, ampliamente considerada como una de las mejores en la historia del celuloide. Se encuentra en su total plenitud como actor, lleno de energía y talento –tristemente alejado del actual–. Capaz de trasladar fuerza en cada gesto y cada mirada; no digamos ya en cada puñetazo. El actor, absolutamente entregado al proyecto, es capaz de desfigurarse hasta engordar 27 kilos para representar al degenerado Jake LaMotta una vez dejados los cuadriláteros, representando en sus propias carnes la dejadez y el drama vividos por el mismo. Una actuación sublime, difícilmente superable. 
Por su parte, Scorsese demuestra gran habilidad narrativa con las continuas elipsis a las que le obliga la exposición completa de la vida de su personaje. Buena muestra de ello es el acertado inicio, en el que en un instante nos muestra tres imágenes muy dispares del boxeador, que sitúan completamente al espectador: en los créditos, calentando solo en el ring en una representación gráfica de su vacío interior; acto seguido en un camerino, muchos años más tarde, con un evidente deterioro físico, muestra de su más absoluta decadencia, y ensayando un soliloquio ante el espejo en el que evidencia su inseguridad, soledad e incluso su sentimiento de culpa: y por último, en pleno combate, mostrando con plena fiereza sus aspiraciones de éxito y facilidad para la violencia.
La recreación de los combates es excelente, con un perfecto sentido en la utilización de todas las técnicas de rodaje al alcance del director: la utilización del slow motion en los momentos de mayor potencia visual, el uso de planos picados y contrapicados para transmitir en cada momento la situación de superioridad e inferioridad en la lucha –tanto de los púgiles como en las discusiones fuera del cuadrilátero–, así como el uso de largos y espectaculares planos secuencia, como el que nos muestra a Jake calentando en el vestuario en plena motivación, su posterior recorrido por los pasillos totalmente concentrado, su caminar entre los vítores del público con un paulatino incremento de la emoción colectiva y el ulterior estallido de la grada ante su gran aparición en el ring dispuesto a la lucha. 
Los combates están planteados, asimismo, en una progresión tal que la violencia aumenta en cada nuevo enfrentamiento, situándose la cámara cada vez más cerca de los contendientes, realizando movimientos que enfatizan los golpes y aumentando exponencialmente la sangre en pantalla hasta alcanzar un cierto grado excesivo. Este es concretamente uno de los motivos por los que Scorsese decide que la fotografía de la película sea finalmente en blanco y negro, con tal de atenuar la violencia y desdramatizar la cantidad de sangre, obteniendo además un efecto de ambientación histórica totalmente propicio.
Definitivamente, las grandes películas suelen ser una conjunción afortunada de elementos que coinciden en un mismo tiempo. La vida de Jake LaMotta era lo suficientemente excepcional como para ser llevada al cine, Martin Scorsese se encontraba en un momento crucial de su existencia que le permitía afrontar el rodaje de la forma más visceral posible, mientras que De Niro se entregaba completamente a su trabajo disfrutando y haciendo disfrutar de él sin límite. Un derroche de talento, creatividad y entrega que, aunado, hizo de esta una película para la historia.

-   Tráiler:

-   Puntuación Pinículas y Flins:

Buena

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