11 de agosto de 2013

La vida de Pi (2012)



Color · Duración: 127’ aprox. · Año: 2012 · Calif.: No recomendada para menores de 7 años · EUA · Aventuras / Drama
- Director: Ang Lee
- Intérpretes: Suraj Sharma, Irrfan Khan, Rafe Spall, Tabu, Adril Hussain, Shravanthi Sainath, Ayush Tandon, Vibish Sivakumar, Gérard Depardieu.
- Premios: 4 Oscars: Mejor Director, Mejor Fotografía, Mejor Banda Sonora y Mejores Efectos Visuales (11 nominaciones). Globo de Oro a la Mejor Banda Sonora (3 nominaciones). 2 BAFTA: Mejor Fotografía y Mejores Efectos Visuales (9 nominaciones).
- Sinopsis: Después de un catastrófico naufragio, un niño hindú llamado Pi se encuentra abandonado en un bote salvavidas con feroz tigre de Bengala. Juntos se enfrentarán a la majestuosa grandeza y furia de la madre naturaleza en un épico viaje lleno de aventuras y descubrimientos.
- Crítica: La vida de Pi bien podría resumirse en tres palabras: ilusionante, ilusionista e ilusoria.
Ilusionante, por diferente. Las referencias escuchadas antes de ver la película nos hacen tener la sensación de ir a disfrutar de algo diferente, algo que se aleja de las historias tradicionales representadas en el cine. Todo el mundo que la había visto decía que era muy bonita, pero nadie parecía acertar a explicar claramente de qué iba o, al menos, no reparaba en hacerlo. Lo cual, en la mayoría de las ocasiones, suele ser positivo.
Desde luego no podemos decir que estemos ante una película al uso. Trata sobre el increíble relato de supervivencia de Pi, que explica en primera persona como, siendo un joven adolescente atraído por las religiones –o al menos por su concepto– pero sin lograr decantarse por ninguna, se ve obligado por su familia a dejar la India para emprender con ellos una nueva vida en Canadá, donde pretenden vender el negocio familiar, un zoo, cuyos animales transportan con ellos en barco durante su travesía por el Pacífico. Es entonces cuando una gran tormenta les sorprende haciendo naufragar al barco y dejando a Pi como único superviviente del desastre junto a una cebra, una hiena, un orangután y un tigre de Bengala en un pequeño bote. Unos compañeros de viaje salvajes y complicados, con los que deberá ingeniárselas para no acabar siendo devorado.
Es entonces cuando empieza realmente la película, tras transitar por unos lentos y tediosos primeros 40 minutos por los que Ang Lee divaga peligrosamente sin necesidad aparente. Pero llega la tormenta y, con ella, el espectáculo ilusionista.
Ilusionista, por el derroche de efectos visuales. La recreación de la tormenta bien podría ser la más sobrecogedora y angustiosa jamás vista en el cine. Un espectáculo aterrador que zarandea tanto al barco como al espectador, sacándole del sopor en el que estaba cayendo para sumergirle de pleno en la película tal y como el barco queda sumergido en las profundísimas aguas de la Fosa de las Marianas.
Se pone inicio así a un film preciosista, con escenas de bella factura que narran con una estética cautivadora, mágica y colorista las cada vez más imaginativas vivencias de nuestro desdichado protagonista y su feroz acompañante, a los que las circunstancias han acabado por dejarles solos en alta mar compartiendo el bote.
Es ese espectáculo visual el que cautiva a la mayor parte de los espectadores, quedando ensimismados con la fotografía multicolor, donde el cielo confluye con el océano, donde el océano se torna luz en mitad de la noche, donde la magia parece estar presente a cada momento.
Ilusionismo puro. Conejos en la chistera. Aletargamiento sensorial. He ahí el quid de la cuestión: la maravilla del 3D. Si le quitamos esa magia, esa ilusión, queda demasiado deslucida. Si la dejamos desnuda y al descubierto, sin nada con lo que cubrirse, es entonces cuando, una vez perdido el ilusionismo, solo nos resta la realidad.
Seguro que de haberla visto en 3D estaría también alabando sus maravillas digitales que te llevan visualmente a un plano sensorial superior en el que navegas plácidamente de forma contemplativa a lo largo de la película, como en uno de esos films documentales para IMAX 3D. Pero desafortunadamente la visioné en unas pobres 2 dimensiones, a la antigua usanza, y es entonces cuando se hacen patentes sus carencias argumentales, cuando sus mensajes místicos saturan, cuando resulta ilusoria. 
Ilusoria. El film se reduce entonces a un alegato místico, donde los religiosos pretenderán entender en su final un metafórico mensaje de realidad divina y donde los agnósticos verán una crítica exacerbada a las religiones y sus componentes epopéyicos. Sea como fuere, el desenlace ofrece un inesperado giro argumental que bofetea al iluso espectador despertándole de la ingenuidad a la que ese mundo mágico de luces y colores le había embargado.
Con su misticismo, el film te invita a creer en todo tipo de cosas maravillosas, pero también acaba haciéndote dudar de lo que has visto con tus propios ojos e, incluso, hace que te acabes preguntando si realmente has llegado a ver algo. Y es que, llegado a su final, una vez acabado el cuento, la vida de Pi vuelve a escribirse.

-   Tráiler:

-   Puntuación Pinículas y Flins:
Regulera

7 de agosto de 2013

Mamá (2013)



Color · Duración: 100’ aprox. · Año: 2013 · Calif.: No recomendada para menores de 12 años · Canadá / España · Terror
- Director: Andrés Muschietti
- Intérpretes: Jessica Chastain, Nikolaj Coster-Waldau, Megan Charpentier, Isabelle Nélisse, Daniel Kash, Javier Botet
- Sinopsis: Hace cinco años, el mismo día en que su madre fue asesinada, las pequeñas Victoria y Lilly desaparecieron en el bosque. Buscadas incansablemente por su tío Lucas (Nikolai Coster-Waldau) y su novia Annabel (Jessica Chastain), son encontradas unos años más tarde en una cabaña en medio de la naturaleza, donde han vivido aisladas de toda civilización. Comienzan entonces una nueva vida para las niñas de la mano de Lucas y Annabel, pero éstos pronto descubren que alguien o algo misterioso las sigue arropando por las noches.
- Crítica: Reconozco que el género de terror no es mi favorito en el cine. Es un género ideado para adolescentes sobrehormonados ávidos de experimentar nuevas emociones: ellos deseosos de demostrar lo machotes y valientes que son al no soltar ni un ligero respingo en la butaca, y ellas anhelantes de actuar como incautas damiselas chillonas que tratan de encontrar protección en el fornido brazo del chico que les gusta. Por un u otro motivo, durante la adolescencia disfrutas de este tipo de películas, pero con la madurez, una vez excluido ese componente socio-sexual que le acompaña, o una vez estabilizado el nivel de estrógenos y testosterona, empiezas a darte cuenta que eso de pasarlo mal gratuitamente –o lo que es peor, pagando nada menos que una entrada de cine por ello– no va contigo.
Pese a todo, es en este género donde encontramos la última producción del mexicano Guillermo Del Toro: Mamá. Una película sencillamente del montón… del montón de las malas, para qué nos vamos a andar con rodeos. Toda película de miedo que recurra a los tópicos más tópicos para generar miedo, es mala (a no ser que de mala, se convierta en buena, ya me entendéis… pero no es el caso). Y esta los repasa todos: oscuridad, sonidos estridentes, niñas siniestras, cabañas solitarias en el bosque, monstruos en los armarios, ataques en la cama… No se deja ni uno, oiga. Como si estuviesen de oferta.
Los sustos que puedas llevarte son siempre debidos a apariciones repentinas en pantalla de seres inquietantes acompañadas de sonidos estridentes, donde lo que realmente te sobresalta es el volumen de estos últimos y no la escena en sí. La película busca los sustos donde sabe que los encontrará, situando al espectador allí donde son tangibles sus temores: en la soledad de su casa, atravesando un pasillo en la más absoluta oscuridad, sintiéndose atacado mientras duerme en su cama, abriendo el armario donde sospecha que pueda haber algo extraño… Vamos, lo típico que cualquier descerebrado haría de sentirse acechado en su hogar. Si todo esto ya son trucos bastante burdos para inducir al miedo, que además la mayoría sean totalmente predecibles no le aporta valor que digamos al film.
Desde buen inicio obviamos el pretender dar una cierta lógica racional a los hechos y las actitudes de los protagonistas hacia los mismos. Desde el momento en que unas niñas –que ya eran de por sí siniestras antes de pasar cinco años solas–, se adentran en una cabaña en medio del bosque en la más absoluta oscuridad sin miedo alguno y adoptan como madre a una especie de ente momificado y consumido con cabello largo y ropas vaporosas que vaga por la eternidad buscando a su bebé, ya dejas de mantener cualquier apego con el plano común de realidad en el que se enmarca la trama para dejarte llevar libremente al desvarío que te ofrezcan.
¿Que la chica escucha un fuerte ruido en su casa en medio de la noche?, pues cruza el pasillo sola y a oscuras con total naturalidad. ¿Que las niñas la advierten de no mirar bajo la cama ni dentro del armario porque ahí se esconde el monstruo?, pues ahí va ella a cara descubierta a ver si la matan. Vamos, como si la chica no hubiera visto en su vida una película de miedo y no supiera que esas cosas no se deben hacer.
Por si esto fuera poco, al film le falta originalidad, siendo una mezcolanza de tantas y tantas películas de terror: la madre es una versión crecidita de la niña de The Ring, las niñas corretean sobrenaturalmente a cuatro patas como el niño de Ju-on (La maldición), hasta la casa está inexplicablemente siempre a oscuras al más puro estilo Los Otros.
Incluso el argumento está trilladísimo: una mujer hospedada en un psiquiátrico del s.XIX que da a luz a un hijo y que, huyendo de la policía, pone fin a su vida arrojándose por un acantilado sin saber qué ha sido de su hijo, quedando por ello atrapada en esta dimensión al tratar de buscarlo irrefrenablemente y supliendo su falta con otras niñas que encuentra a las que cuidar. Todo ello conduce a un final más que esperado, que podría haber sido incluso bonito y poético, pero que, en un último intento de dar un susto colectivo inesperado y ofrecer mayor dramatismo al desenlace, queda dilapidado con un último giro en la escena final.
Sinceramente, si quieres ver una película de miedo sin más, esta es una de tantas con las que echaras el rato. Pero si Guillermo del Toro apadrina una película de miedo, debemos exigirle que lo haga de forma más selectiva, con alguna que aporte mayor creatividad o innovación al género y que no se limite a seguir los clichés que ya tiene creados a fin exclusivamente de ahondar sus bolsillos con el público adolescente norteamericano.

-   Tráiler:

-   Puntuación Pinículas y Flins:
Ñordoflín

21 de julio de 2013

La chaqueta metálica (1987)



Color · Duración: 120’ aprox. · Año: 1987 · Calif.: No recomendada para menores de 18 años · Gran Bretaña · Bélico / Drama
- Director: Stanley Kubrick
- Intérpretes: Matthew Modine, Vincent d’Onofrio, R. Lee Ermey, Adam Baldwin, Dorian Harewood, Arliss Howard
- Premios: Nominada al Oscar al Mejor Guión Adaptado y nominada al Globo de Oro al Mejor Actor de Reparto (R. Lee Ermey).
- Sinopsis: Un conjunto soberbio en la brillante saga de Stanley Kubrick sobre la Guerra de Vietnam y el proceso de deshumanización que convierte a las personas en asesinos entrenados. Bufón (Matthew Modine), Pedazo de animal (Adam Baldwin), Patoso (Vincent d’Onofrio), Ébano (Dorian Harewood) y Cowboy (Arliss Howard) son los protagonistas que viven en el infierno de campamento de los Marines, llevado por el violento sargento D.I. (Lee Ermey) donde tendrán que superar un periodo de instrucción brutal. La acción es salvaje, la historia implacable y el diálogo salpicado de humor mordaz. Desde los comienzos del entrenamiento básico hasta la pesadilla vivida en el combate en Hue City, La chaqueta metálica ha sido siempre considerado un gran éxito de dirección cinematográfica.

 -   Crítica: Kubrick nos sumerge con este film en el despiadado y atroz escenario de la Guerra de Vietnam para mostrarnos una vez más su particular visión del ser humano y de lo que este es capaz de hacer tratando de adaptarse a su circunstancial entorno.
Pudiera parecer que, habiéndose estrenado con anterioridad a este film varias y exitosas películas sobre la extraordinariamente manida Guerra de Vietnam –como la excepcional Apocalypse Now (1979) de Francis Ford Coppola–, no resultase necesario, por repetitivo, una nueva vuelta de tuerca sobre dicho tema. No obstante, Kubrick no quería dejar pasar la oportunidad de volver a grabar una película bélica –tras Senderos de Gloria (1957)– con los adelantos que le ofrecían las nuevas tecnologías, en lo que parece, por momentos, una mera excusa para dar rienda suelta a las excelentes aptitudes cinematográficas del genial director, mientras aprovecha la ocasión para plasmar de nuevo su mordaz visión de los conflictos bélicos.
La primera parte de la acción trascurre en el centro de entrenamiento de Parris Island y versa sobre la formación como Marines de un nuevo grupo de jóvenes reclutas recientemente alistados en el ejército. Como bienvenida les espera el Sargento Hartman, un férreo instructor de moral recta e injurioso vocabulario que se convertirá en la peor de sus pesadillas, en lo que sin duda es la creación de uno de los personajes más memorables de la historia del cine. Se trata de un elemento irreverente y faltón de cuya boca consiguen salir todo tipo de blasfemias, calificativos vejatorios y frases insultantes que acaban por resultar genialmente divertidas. 
Este hilo argumental transcurre durante los primeros 45 minutos de film, seccionados en fragmentos que conjugan sublimemente el drama, el suspense y la tragicomedia. Aquí se nos presentan los diferentes sujetos a los que se trata de arrebatar todo atisbo de singularidad convirtiéndolos en máquinas perfectas de guerra sin capacidad de realizar planteamientos morales de aquello que se les ordena.
Entre ellos se encuentra el rebautizado por el sargento como ‘recluta patoso’, que sigue una línea argumental de superación personal y simultáneo desvanecimiento sensitivo-emocional que encuentra su cúspide en la escena final de esta primera parte de la película. Un final digno y definitorio de cada uno de los personajes.
Ciertamente, Kubrick logra, tan solo con el juego exacto de iluminación y música, generar una tensión inmediata en el espectador. Y es que, los tétricos sones de sintetizador compuestos por Vivien, una de las hijas de Kubrick, ponen el alma en vilo y compungen los sentidos alertándonos de lo que está por suceder, mientras que la perturbadora mirada de Vincent d’Onofrio –en un claro homenaje al Nicholson de El resplandor (1980)– se oscurece más si cabe con la certera iluminación de la estancia, generando todo ello en conjunto una brillante escena para el recuerdo. 
Tras este inicial y angustioso desenlace, y sin dar mayor tiempo a asimilación, Kubrick hace saltar la acción a Vietnam cortando drásticamente la tensión con una escena ligera y divertida al son de These boots are made for walking de Nancy Sinatra. Así, se inicia la diferenciada segunda parte de la película, en la que ya nos encontramos en plena zona de guerra –presentada en esta ocasión como combates urbanos alejados de las junglas en las que acostumbran a representarnos las películas a los siempre invisibles Charlies– donde se hallan nuestros reclutas, ahora sobrevenidos expertos militares.
Durante este tramo se nos muestran las inevitables secuelas de cualquier guerra, cuando la moral convencional de todo hombre se disuelve a una velocidad proporcional a los traumas vividos durante la contienda. Así, se nos presentan diferentes personajes de la mano de Bufón, de quien Kubrick aprovecha su particular sorna para darle un toque de frivolidad a todo el entorno bélico.
De este modo, y a través de un personaje dual como él –capaz de llevar inscrito en el casco ‘Born to kill’ y acompañarlo de un símbolo de la paz, o de tener reticencias morales a la hora de castigar a Patoso para acto seguido hacerlo como ningún otro y después arrepentirse–, se muestra la dicotomía de tan absurda guerra. Una guerra mostrada en el film como brutal y cruenta en la batalla, pero frívola y díscola en la retaguardia, donde es retransmitida cual espectáculo al gran público. Con soldados educados para matar y dejarse la vida en el intento, pero que no alcanzan a entender el motivo de su lucha alejados tantos miles de kilómetros de casa. 
Es con este concepto con el que juega Kubrick, a la postre enmarcado en la escena final, en la que los soldados, caminando por un llano repleto de destrucción, cantan alegremente una canción infantil que denota lo que nunca han dejado de ser, unos niños jugando a la guerra, alegres por seguir un día más vivos. Acto seguido, aparecen los títulos de crédito con los Rolling Stones sonando con toda su fuerza y diciendo que han mirado en su interior para ver que su corazón es negro, como el mundo que les rodea.

-   Tráiler:

-   Puntuación Pinículas y Flins:
Piniculón

16 de julio de 2013

Toro salvaje (1980)



Blanco y negro · Duración: 129’ aprox. · Año: 1980 · Calif.: No recomendada para menores de 18 años · EUA · Drama / Deportes
-   Director: Martin Scorsese
-  Intérpretes: Robert De Niro, Joe Pescy, Cathy Moriarty, Frank Vincent, Nicholas Colasanto
- Premios: 2 Oscars: Mejor Actor (Robert De Niro) y Mejor Montaje (8 nominaciones). Globo de Oro al Mejor Actor (Robert De Niro) (6 nominaciones).
- Sinopsis: Jake LaMotta, el “Toro del Bronx” es un boxeador a quien sus complejos psicológicos y sexuales le llevan a manifestar su agresividad tanto dentro como fuera del ring. En medio de esta tormenta de fuerza y dureza se encuentra su hermano, que se convierte en una víctima de la fuerte paranoia y los celos de Jake…
- Crítica: Toro salvaje es una película con mucha más historia de la que aparentemente aparece representada en la pantalla. No se trata solo del retrato de un boxeador que escala hasta la gloria para caer precipitadamente al averno, ni de una película más de violencia aderezada con el ambiente mafioso característico de la Nueva York de los años 40, si no que va mucho más allá. En ella se encierra la redención de un director, la voluntad de volver a creer en el cine, el último esfuerzo por hacer algo reseñable. Todo, en la que estuvo a punto de ser... la última película de Martin Scorsese.
Mucho le había cambiado la vida a Scorsese en pocos años. En 1976 lograba asombrar al mundo con la perturbadora Taxi Driver, obteniendo el reconocimiento por parte de la crítica y el prestigio dentro de la industria que le convirtió en ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes. Sin embargo, una vida llevada al límite, llena de fiestas, drogas y malas compañías, le llevó a poner en peligro su carrera e incluso su propia vida. Se vio abocado al divorcio, pasó varios meses en un estado de tensión y agotamiento máximo mientras trabajaba simultáneamente en cuatro producciones, y acabó siendo ingresado en un hospital en septiembre de 1978 con un grave diagnóstico de hemorragia interna al que llevó su adición a la cocaína. Se temió por su vida. Fue entonces cuando llegó a sus manos el guión de Toro salvaje, acompañado de un insistente Robert De Niro que no paró hasta convencer a Scorsese que esa debía ser su próxima película.
Scorsese accedió, convencido que estaba rodando su último film: “Yo puse en ‘Toro salvaje’ todo lo que sabía, todo lo que sentía, y pensé que eso sería el final de mi carrera. Es lo que se llama un film kamikaze: se pone todo dentro, se olvida todo y después se intenta encontrar otra manera de vivir". Así fue como afrontó la película y así es como quedó representada en pantalla. Un todo o nada. Un canto onírico a la autodestrucción. Un intento de poner fin a su “periodo suicida”, como alguna vez lo definió. Y el cine, esa película, que entonces pensó que sería la última, lo debía salvar.
El genial cineasta se sintió inmediatamente identificado con el protagonista del film, el campeón caído Jake LaMotta, poniéndose manos a la obra con un fervor que creía perdido y con la confianza en sí mismo reestablecida gracias al sustancial apoyo de De Niro, que continuamente trataba de estimularle para que diese lo mejor de sí. La conjunción lograda por ambos es maravillosa.
De Niro nos premia con su mejor actuación, ampliamente considerada como una de las mejores en la historia del celuloide. Se encuentra en su total plenitud como actor, lleno de energía y talento –tristemente alejado del actual–. Capaz de trasladar fuerza en cada gesto y cada mirada; no digamos ya en cada puñetazo. El actor, absolutamente entregado al proyecto, es capaz de desfigurarse hasta engordar 27 kilos para representar al degenerado Jake LaMotta una vez dejados los cuadriláteros, representando en sus propias carnes la dejadez y el drama vividos por el mismo. Una actuación sublime, difícilmente superable. 
Por su parte, Scorsese demuestra gran habilidad narrativa con las continuas elipsis a las que le obliga la exposición completa de la vida de su personaje. Buena muestra de ello es el acertado inicio, en el que en un instante nos muestra tres imágenes muy dispares del boxeador, que sitúan completamente al espectador: en los créditos, calentando solo en el ring en una representación gráfica de su vacío interior; acto seguido en un camerino, muchos años más tarde, con un evidente deterioro físico, muestra de su más absoluta decadencia, y ensayando un soliloquio ante el espejo en el que evidencia su inseguridad, soledad e incluso su sentimiento de culpa: y por último, en pleno combate, mostrando con plena fiereza sus aspiraciones de éxito y facilidad para la violencia.
La recreación de los combates es excelente, con un perfecto sentido en la utilización de todas las técnicas de rodaje al alcance del director: la utilización del slow motion en los momentos de mayor potencia visual, el uso de planos picados y contrapicados para transmitir en cada momento la situación de superioridad e inferioridad en la lucha –tanto de los púgiles como en las discusiones fuera del cuadrilátero–, así como el uso de largos y espectaculares planos secuencia, como el que nos muestra a Jake calentando en el vestuario en plena motivación, su posterior recorrido por los pasillos totalmente concentrado, su caminar entre los vítores del público con un paulatino incremento de la emoción colectiva y el ulterior estallido de la grada ante su gran aparición en el ring dispuesto a la lucha. 
Los combates están planteados, asimismo, en una progresión tal que la violencia aumenta en cada nuevo enfrentamiento, situándose la cámara cada vez más cerca de los contendientes, realizando movimientos que enfatizan los golpes y aumentando exponencialmente la sangre en pantalla hasta alcanzar un cierto grado excesivo. Este es concretamente uno de los motivos por los que Scorsese decide que la fotografía de la película sea finalmente en blanco y negro, con tal de atenuar la violencia y desdramatizar la cantidad de sangre, obteniendo además un efecto de ambientación histórica totalmente propicio.
Definitivamente, las grandes películas suelen ser una conjunción afortunada de elementos que coinciden en un mismo tiempo. La vida de Jake LaMotta era lo suficientemente excepcional como para ser llevada al cine, Martin Scorsese se encontraba en un momento crucial de su existencia que le permitía afrontar el rodaje de la forma más visceral posible, mientras que De Niro se entregaba completamente a su trabajo disfrutando y haciendo disfrutar de él sin límite. Un derroche de talento, creatividad y entrega que, aunado, hizo de esta una película para la historia.

-   Tráiler:

-   Puntuación Pinículas y Flins:

Buena

14 de julio de 2013

El club de la lucha (1999)



Color · Duración: 139’ aprox. · Año: 1999 · Calif.: No recomendada para menores de 18 años · EUA · Drama / Acción
-  Director: David Fincher
- Intérpretes: Edward Norton, Brad Pitt, Helena Bonham Carter, Meat Loaf, Jared Leto
-  Premios: Nominada al Oscar a los Mejores Efectos de Sonido.
- Sinopsis: Jack (Edward Norton) es un personaje insomne y desesperado por escapar de su fatal y aburrida vida. En un viaje en avión conoce a Tyler Durden (Brad Pitt), un peculiar vendedor de jabón con una filosofía muy particular; Tyler cree que el perfeccionismo es para los débiles y que es la destrucción de uno mismo lo que realmente hace que la vida merezca la pena. Jack y Tyler forman un club de lucha secreto que pronto se convierte en un lugar de moda. Un sorprendente final, que no puedes ni imaginar…
- Crítica: A sabiendas del incumplimiento de la primera norma del Club de la Lucha que supone hablar del Club de la Lucha, creo que ejerceré mi derecho de insumisión quebrantándola, dado el riesgo de verse seriamente resentida la crítica que pudiera hacer en caso contrario…
El club de la lucha es una película ruda, áspera, consciente de su osadía e irreverencia, que ahonda en los miedos más profundos del ser alumbrando así sus más escabrosas miserias. Desde el inicio nos bombardea con un sinfín de mensajes, frases e imágenes contundentes que apenas da tiempo a asimilar, logrando con ello captar la máxima atención del espectador, que empieza a sentir esa extraña sensación durante el visionado de desear volver a ver la película para asimilar todos sus matices, en lo que demuestra un guión y un montaje muy bien trabajados.
Como bien es conocido, y así se nos indica al inicio de la cinta, se trata de una adaptación cinematográfica de la novela homónima de Chuck Palahniuk. Este hecho suele condicionar mucho los films, especialmente en lo que respecta a su lenguaje –que se vuelve más cargado y trascendente de lo habitual– y su ritmo –normalmente mermado al querer incluir la mayor parte de elementos posibles en la trama–. No es el caso de esta película, cuyo ritmo resulta frenético en las partes esenciales de la misma. La acción es narrada en primera persona por su protagonista en un absorbente proceso que nos adentra en el mundo cada vez más hosco y siniestro de su mente, que le conduce irrefrenablemente hacia la autodestrucción más absoluta.
Es en ese momento cuando la historia que trata de narrar la película se desborda, caminando hacia la irrealidad y el surrealismo. Y es que, tras un inicio cargado de reflexiones e ideas radicales que tratan de llamar a la anarquía y la rebelión al más puro estilo V de Vendetta, el mensaje se va diluyendo entre puñetazos y sangre en dosis de abundancia y gratuidad, quedando finalmente reducido a una ligera brisa que apenas logra agitar la mente del espectador.
Es por ello que, pese a que cabe destacar y poner en valor el estilo propio que logra el film con esa atmósfera hastía y de abatimiento anímico en la que poco a poco va sumergiéndonos, así como algunas escenas de vanguardia cinematográfica a reseñar como la de sexo entre Brad Pitt y Helena Bonham Carter –espléndida y originalmente tratada–, la película pierde gran parte de su enorme potencial en su centralización extrema en la violencia exacerbada y salvaje con la que difumina el mensaje de mayor calado que podría ofrecer, finalizando con un final predecible, aunque no evidente.

-   Tráiler:

-   Puntuación Pinículas y Flins:
Regulera